Una increíble sensación de miedo ante lo desconocido, una actividad que nunca había realizado en un territorio tan desconocido como es la nieve para mi. Lanzarme desde lo más alto de una montaña, 2.695 metros de altura. Era la estación Les Tufs Tignes en los Alpes Suizos, frontera con Francia.
A punto de lanzarme por el precipicio con un frío que me quemaba la piel y sin tacto en la nariz, pero era la aventura de probar por primera vez unos Esquís y dos varillas, totalmente autodidacta, sin saber frenar, ni hacer giros correspondientemente y sin mucho menos las indicaciones de un monitor. Me aventuré a lanzarme desde lo alto de esa montaña alpina.
La típica frase que pasó por mi cabeza: “Ya estoy muy mayor y a estas alturas no lo haré…”. El miedo encendió todas las alarmas de mi cuerpo al sentir esa fría sensación de vacío, miraba al abismo y no había nada, todo era blanco, apenas unas estacas de color azul que señalizaban el camino. Para suerte la mía, comenzaba a soplar muy fuerte, ráfagas de viento y nieve no dejaban ver más allá de 3 metros de distancia, se había presentado una tormenta inesperada por todo lo alto.
Todos tenemos la oportunidad de aprender, de creer, crecer y cambiar en cualquier momento, pero al parecer nos domina el miedo, preferimos convencernos de que no podemos hacerlo ni cambiar porque algo saldrá mal, y nos vamos por la opción más segura continuando en nuestra rutinaria zona de confort.
Tomada la decisión tras la precipitada tormenta que nos había sorprendido, debíamos bajar si o si, y sin demora… Allí iba, caída tras caída, golpe tras golpe, rodando entre la nieve, entre algunos trozos de hielo duro y los esquís… Con las rodillas entumecidas y totalmente adoloridas por el esfuerzo de frenar aquellas pendientes deslizantes. No había vuelta atrás…
Esta historia continuará…